* Cuando la incertidumbre se espesa.
Son adolescentes y tienen ya una historia compleja. A esa incertidumbre personal, humana, amorosa y familiar, se suma que llevan una vida nueva en sus cuerpos o ya entre sus brazos.
Y esa esperanza, esos ojos, esa fragilidad, ese olor, espesa más sus frágiles vidas.
Como en toda su filmografía, en Jeunes mères, los hermanos Dardenne (Rosseta, El joven Ahmed) nos arrojan en uno de los múltiples vórtices de lo humano.
Pareciera como si su cine respondiera a una especie de humanismo social donde se revelan lo mejor y lo peor que somos, como si ese disco con imágenes y sonidos que enviamos al espacio profundo con lo mejor que somos, tuviera un lado B de lo que también encarnamos.
Y en esos claroscuros de la existencia, Jessica (Babette Verbeek), Perla (Lucie Laurelle), Julie (Elsa Houben), Ariane (Janaïna Halloy Fokan ) y Naïma (Samia Hilmi), casi niñas, se juegan su futuro y el de sus bebés.
En sus decisiones, que se convierten en ríos intransitables, en lo que son y somos; en nuestras propias historias familiares, en lo que creemos amar, en nuestras adicciones y obsesiones. En ese paisaje tan denso, transita la vida.
Ahí se juega el porvenir. Sus incertidumbres construyen una luz muy profunda filmada sin artificios.
Por eso es tan conmovedor ver a esas niñas intentando ser madres, buscando comprender qué o quién las ha depositado en ese precipicio.

No hay respuestas únicas en el territorio de lo humano, quien las pretenda se ubica en el halo de cualquier tipo de totalitarismo. Los Dardenne son cineastas probados que no caen en ese juego simplista que parece llenar la conversación polarizada de nuestra época.
Al contrario, es en esos pequeños relatos de una fragilidad infinita, en esas presencias misteriosas de la vida, donde habita también una verdad tan poderosa que hacen surgir, algunas veces, las convicciones que nos permiten ser alguien distinto a lo que somos o fuimos.
En este refugio intuitivo de la existencia y del cine, cohabitan ciertas personas que se asumen como acompañantes, quienes van a sustituir las burocracias estériles modernas con su propio sentido ético del cuidado y de la compasión.
Los empleados del albergue social para jóvenes madres donde se construye el relato fílmico, van a construir una especie de santidad laica que abraza y protege a los más vulnerables.
Porque al observar este microcosmos de la Bélgica profunda, que podría corresponder a cualquier lugar de la Tierra, nos asumimos frente a una forma del cine en el que, como sucede con algunas pulsaciones de la poesía y del arte, se esboza el misterio que nos habita, sacudiéndonos, profundizando en los otros, en esos otros a los que volteamos la cara o hacia quienes hemos perdido la voluntad infinita de mirarlos.
Jeunes mères es, con grandísimo merecimiento, el Premio del Jurado Ecuménico en la edición 78 del Festival Internacional de Cine de Cannes.