Santiago de Chile (septiembre de 2025). SIGNIS América Latina y el Caribe en alianza con el Centro latinoamericano de educomunicación y ciudadanía (CELAEC) y universidades lanzó el programa “Jóvenes Innovadores para la Fraternidad” que moviliza a 103 jóvenes en Ecuador, Colombia, Chile y Argentina. La iniciativa combina formación, diseño de proyectos y una fase de implementación: solo 12 propuestas recibirán acompañamiento técnico y una asignación cercana a 2 mil dólares para ejecutarse en territorio, entre marzo y octubre del año siguiente a la etapa formativa.
En entrevista vía Zoom, el coordinador del programa, Alejandro Caro, vicepresidente de SIGNIS ALC, explica el enfoque con una idea rectora: “la única manera de transformar la sociedad […] es cuando reconozco al otro como mi legítimo otro; por separado nunca lo vamos a lograr”. Esa noción —que el proyecto denomina fraternidad transformadora— se traduce en reglas prácticas: trabajo en equipo, gestión de desacuerdos, escucha activa y cooperación con actores locales.
El calendario avanza con cuatro sesiones de capacitación en 2025 —septiembre, octubre y noviembre— y la posibilidad de encuentros presenciales cuando haya condiciones; en Chile ya se prepara uno. La formación cubre diagnóstico de problemas, creatividad e innovación con un propósito medible: que los equipos pasen de la idea al prototipo con bitácoras e insumos listos para el trabajo en territorio.
SIGNIS ALC calcula que circularán entre 40 y 50 proyectos antes de la criba final; una comisión seleccionará 12 con base en innovación, creatividad, ajuste al perfil del programa y sostenibilidad. Los no elegidos no quedarán fuera: se les invitará a integrarse a iniciativas afines para fortalecer su ejecución y documentar aprendizajes. El criterio de alianzas locales —parroquias, universidades, organizaciones vecinales, autoridades— es central para que los servicios o redes creados se sostengan al cierre del piloto.
El reparto por países muestra variedad y diversidad. Colombia y Ecuador con un perfil andino concentra gran participación; Chile y Argentina con un perfil más urbano es un poco menor. En el conjunto hay universitarios, profesionales en activo y participantes sin experiencia previa en trabajo social, algo que el equipo ve como una oportunidad para formar capacidades cívicas desde cero. “Hay perfiles con y sin trayectoria; lo importante es que cada quien reconoce que tiene algo que aportar”, señala Caro.
El tramo financiero es semilla, cada uno de los 12 equipos seleccionados recibirá aproximadamente 2 mil dólares, pero deberá complementar con gestiones públicas y privadas en su entorno. El dinero, insiste la coordinación, compra tiempo y pruebas; la legitimidad la darán los resultados y la red que quede en pie. La meta operativa, según Caro, es llegar a octubre con pilotos ejecutados y evidencia básica de impacto —alcance, cambios observables, costos y alianzas— para decidir si se escalan o se replican.
Lo novedoso del proyecto está en el método y sus compromisos: un piloto regional que pasa de la capacitación a la acción con selección estricta, recursos delimitados y obligación de rendir cuentas. Si funciona, dejará algo más que actas o videos: servicios que siguen operando, redes barriales fortalecidas y jóvenes con experiencia real de colaboración. Para un ecosistema saturado de buenas intenciones, el programa introduce una prueba concreta: transformar con otros, a escala local con un enfoque ciudadano y con fecha de entrega.

