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De resurección en resurección

Por P. Peio Sánchez

El compromiso cristiano se sostiene en la confianza en Dios. “Jesús les replicó: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo” (Jn 5,17). No basta la prisa en la primicia o el espectáculo de los efectos especiales. La acción comunicativa no es la noticia, sino la delgada línea que sostiene su autenticidad, noticia tras noticia.  Este es el lugar desde el cual Dios trabaja en lo escondido.  La resistencia comunicativa cristiana supone la coherencia en aquellos valores que parecen, por momentos, ocultarse en las dificultades, pero que permanecen en lo profundo. Por eso, la resurrección es una noticia que perdura en el tiempo y permite mirar el futuro con optimismo. 

El acontecimiento de la resurrección de Cristo supone una brecha de la luz del final del camino en medio de la historia concreta del hoy, aquí y ahora. La llamada a ser resucitados no es exclusiva de la hora de la muerte, es una llamada que se repite y se realiza en la vida. Es más, una ventana abierta que ilumina y airea el cada día. Nos invita a ser deslumbrados y a respirar resurrección y nos eleva para aguantar mirando al horizonte.

Es la dura realidad, que los signos de los tiempos no dejan de disparar alarmas. El contexto de violencia guerrera, polarización política, destrucción ecológica y crisis antropológica afecta especialmente nuestra misión. Ejercemos la comunicación en situaciones y lugares donde los escollos y los riesgos se multiplican: persecución de la libertad, supeditación de los medios a directrices económicas y políticas e inseguridad vital. Sin embargo, debemos recordarnos que caminamos entre resurrecciones, la resurrección está en marcha por la gracia de Dios.

El escritor judío contemporáneo Amos Oz en su libro «Contra el fanatismo» escribió que, ante una enorme calamidad, por ejemplo, un incendio, caben tres opciones. Primera, huir, tan lejos y tan rápido como sea posible; segunda, exigir que los responsables sean despedidos inmediatamente de sus cargos.  O, en tercer lugar, agarrar un balde de agua y tirarlo al fuego y si no hay balde, buscar un vaso y si no hay vaso buscar una cuchara y sino una cucharita. Todo el mundo tiene cucharas o cucharitas. No importa qué tan grande sea el fuego, hay millones de nosotros y cada uno de nosotros que tiene una cucharita puede usarla para apagar el fuego.

Bomberos en medio de emergencias formamos parte de la llamada “orden de la cucharilla”. De los que imprimen valor a lo pequeño, aunque parezca inútil. De los que saben que unir voluntades es posibilitar el cambio, que lo minúsculo puede ser mayúsculo. De los que se arremangan personalmente antes que echar balones fuera o huir de las responsabilidades éticas.

La gente de resurrección lleva una cucharilla en el bolsillo, a veces es el tecleo en un ordenador, la rotundidad de una imagen o la voz de un testimonio. En lo aparentemente crucificado, Dios trabaja diciendo su voz en el silencio. Estamos naciendo de nuevo.

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