(Alberto Ramos). Vuelve Cannes, la edición 78 del festival inició ayer en el Palacio de los Festivales con una ceremonia de apertura dedicada casi íntegramente a reverenciar el arte de la actuación, su relevancia para el cine y el rol desempeñado históricamente por el Festival de Cannes en la promoción de uno y otro. A excepción de unos cinco miembros del jurado oficial y del estadounidense Quentin Tarantino, las restantes figuras que ocuparon en algún momento el escenario fueron actores, incluido el francés Laurent Laffite, quien ofició como presentador.
Dos momentos fueron particularmente emotivos. El primero, las palabras de Juliette Binoche, presidenta del jurado, para agradecer la invitación y al Festival en tanto celebración del cine y quienes lo hacen posible; el segundo, la entrega de la Palma de Oro honorífica a Robert De Niro, a cargo del también actor y compatriota Leonardo Di Caprio. Este último hizo de sus palabras, más allá de los comentarios elogiosos de rigor, algo más personal, al referir un par de episodios en los que la intervención de De Niro habría resultado decisiva para su propia carrera. Este, por su parte, fue más conciso en su agradecimiento, en el cual aprovechó para referirse sin rodeos a la amenaza que representa un orden mundial emergente de corte autoritario abocado a descalificar y desmantelar a la democracia. Y, por lo mismo, a la necesidad de movilizarse, también desde el cine, para impedirlo.

Leave One Day (Partir un jour), la ópera prima de la directora, guionista y diseñadora gráfica Amélie Bonnin, fue la película elegida para inaugurar el Festival, en una presentación fuera de competencia. Secuela del cortometraje homónimo rodado por Bonnin en 2001 y que ganara el César en su categoría dos años más tarde, Leave One Day cuenta una historia de regreso a los orígenes en que su protagonista salda deudas familiares y sentimentales, tras lo cual pareciera abrirse una nueva etapa en su vida.
Cécile vive con su pareja Sofiane en Paris, donde está a punto de abrir un restaurante gourmet. Acaba de saber que está embarazada, pero no quiere tener ese hijo y, además, prefiere ocultar la noticia a su compañero. Un incidente la pone en camino de reconsiderar tal decisión. Su padre, en provincia, acaba de sufrir un tercer infarto y Cécile es reclamada por la madre. El matrimonio es dueño de un parador (al parecer, más que una tradición, la cocina es todo un proyecto de vida familiar). Padre e hija se admiran, aunque las diferencias afloran a menudo: la distancia entre un menú tradicional y otro gourmet, siquiera por ilustrativa, bastaría como ejemplo. Pero el pasado no llega solo bajo la figura de un padre enfermo que precisa de apoyo. El reencuentro de Cécile con un amor de juventud, Raphaël, pondrá sobre la mesa la posibilidad de reanudar tardíamente un romance que nunca llegó a florecer del todo, tanto más ahora que su relación con Sofiane ha entrado en crisis cuando la noticia del embarazo deviene un secreto a voces.

Pero más allá de eso, lo que Cécile termina comprendiendo es cuán distante, y errada, ha estado todo ese tiempo acerca de la familia y afectos que dejó atrás en suelo natal. Valorarlo en toda su dimensión es quizá la lección más importante que deja su breve paso por el lugar. Sus padres, más allá de la enfermedad de Gérard, viven felices sirviendo la comida de siempre a todo el que pasa en camino. Raphaël, un tipo bonachón con algo de macho alfa provinciano, ingenuo y presumido, está casado, tiene un hijo, un par de amigos tan divertidos como él, y un trabajo de mecánico que disfruta sin complejos. Por demás, su esposa Nathalie, que es partera, se ofrece sin prejuicio alguno para practicar un ultrasonido a Cécile (quien pasa por un momento de angustia tras una caída), asegurándole que todo va bien con el bebé, cuyos latidos hace oír a la sorprendida madre.
Nuestra existencia ofrece siempre diversas opciones de realización personal, en ningún caso excluyentes, y el éxito laboral es solo una de ellas. Descuidar, o peor, renunciar a otras para enfocarse en un único proyecto resultaría a la larga frustrante, y esta película nada pretenciosa lo ratifica con una sencillez inspiradora, gratificante. Añadir que estamos en presencia de un «musical» que, sin equipararse a los clásicos del género, apela a sus códigos con eficacia y discreción para subrayar los pasajes más significativos de un relato que trasciende por la claridad de su ejecución, así como por un par de verdades que defiende con suma convicción y delicadeza.