Por Alberto Ramos
(La Habana, junio 30 de 2024). La última película de Andrea Arnold (Bird, UK/Francia/Alemania/USA, 2024) aborda el paso a la adolescencia de su protagonista desde una perspectiva que privilegia la dimensión espiritual de los desafíos que enfrenta, un itinerario de aprendizaje que en más de un punto remite al pasaje bíblico de la conversión paulina en el camino de Damasco.
Bailey tiene 12 años y vive con su padre Bug, su hermano Hunter y su futura madrastra Kayleigh en Gravesend, un barrio pobre al sudeste de Londres. Peyton, su madre, reside en las cercanías con otros tres hermanos pequeños y Dave, su mascota. La dispersión familiar es solo un signo del complejo escenario afectivo que enfrenta. Ello, sin embargo, no es lo más importante. Como tampoco el hecho de que Bailey sea negra, como su madre y hermanos, en tanto Bug, Hunter y Kayleigh sean blancos. Lo relevante, en su caso, es que el ambiente de desorden, violencia y precariedad en que transcurre su infancia la ha vuelto un ser difícil, hosco y aprensivo, cualidades quizá exacerbadas por la inminencia de la pubertad. Su retraimiento encuentra solaz en registrar el entorno natural y humano con un celular, su único confidente. Y es que no solo se siente atraída por plantas, animales e insectos, sino tal parece que estos, por una razón misteriosa que la película se encargará de revelar, van a su encuentro como si intentaran dialogar con ella, trasmitirle un mensaje.
Particular interés ofrece la relación de Bailey con Bug (recordar que bug en inglés significa insecto, bicho), un padre demasiado joven para ella, con una personalidad adolescente en extremo volátil, y cuyo innegable carisma, suma de ingenuidad, optimismo y bonhomía, lo ubica en las antípodas del irascible Skater, el padrastro de Bailey, que ha convertido su convivencia con Peyton en un verdadero infierno. Por si fuera poco, Bug tiene su cuerpo tatuado con imágenes de animales, y últimamente ha depositado su confianza en un sapo que segrega una baba alucinógena, con cuya venta pretende hacer fortuna y resolver sus problemas financieros. Razón de más para que Bailey, quien no duda un momento en regañarlo y desafiar su autoridad venido el caso, termine perdonándole sus extravagancias, atraída por ese inmaduro espécimen de padre que le ha tocado.
Pero Bailey siente que no encaja en un mundo donde la violencia gobierna las relaciones interpersonales. Tras discutir con Bug, quien la regaña por cortarse el pelo justo antes de su boda con Kayleigh (arruinando sus planes de contar con Bailey como dama de honor), la chica presencia cómo un grupo de adolescentes, del que ella y Hunter forman parte, irrumpe en la casa de otro joven y lo golpea salvajemente: “Hacemos del mundo un mejor lugar”, sentenciará a posteriori uno de estos justicieros en versión Travis Bickle. Bailey huye horrorizada y termina en medio del campo al anochecer. Allí clama desesperada por una salida a ese ominoso círculo de agresión física y verbal. Y cuando grita «¡Ven!», en el cielo encapotado aparece de repente una luz. ¿Castigo? ¿Anuncio? ¿Iluminación? Lo que sigue es ya la mañana, el despertar con el canto de los pájaros y el relinchar de los caballos, como quien amanece a otra dimensión. En ese momento aparece Bird, una criatura estrafalaria que pregunta por una residencia, Tyler House. Aunque parece inofensivo, Bailey, por supuesto, se pone en guardia. Pero Bird, sin importarle mucho sus desplantes, ya parece saberlo todo acerca de ella, incluidos sus futuros encuentros. Con una frase que pondera la belleza del día, dicha como al descuido, toca una fibra sensible en su interlocutora y la identificación queda sellada al instante.
A partir de ese momento, extraños sucesos del pasado cobran sentido. El ave que sobrevuela y a menudo sale al paso de Bailey, siguiéndola en sus idas y venidas. Grafitis con frases y figuras que avisan, aconsejan, consuelan. Las continuas, fugaces referencias al pasado, imbricadas sin marcas ni transiciones en la narración, que dan cuenta de una subjetividad en extremo alerta y sensible. E incluso la música que se escucha, cuyos textos jalonan los frenéticos recorridos de Bailey. Desde el desafío a asumir lo fantástico como otra instancia de la realidad en Too Real («Is it too real for you?») hasta la admisión de esa certeza en Universal («Yes, it really really could happen»). Pasando por la utopía de una comunión universal en Yellow («Look at the stars / Look how they shine for you») y las frases de aliento en momentos de crisis en A Hero’s Death («Life ain’t always empty / Don’t get stuck in the past»), donde más adelante aparece una línea premonitoria («Your Skin and bones / Turn in to something beautiful»).
La naturaleza como fuerza redentora encarnada por Bird, hombre y pájaro a la vez, criatura angélica traspasada por el dolor de una pérdida irreparable, inicia a Bailey en el difícil camino del amor, esa «extraña cosa» que refiere una de las canciones. Cuando Bird llega en busca del padre para supuestamente indagar sobre el hogar de su infancia, malograda por la locura y desaparición de la madre, sus reacciones, cada intervención que sigue, demuestran a Bailey que la alternativa al odio y la venganza está en amar desinteresadamente, en acompañar, socorrer y perdonar. Es así que cuando un enfurecido Skate irrumpe donde Peyton, agrede a la familia y asesina a Dave, la intervención de Bird los pone a salvo y obra incluso el milagro de resucitar al animal. Y Bailey, que ha captado el sentido de lo que sucede ante ella, obra en consecuencia. Se lleva de paseo a sus hermanos para alejarlos de Skater; corre en auxilio de Hunter cuando este desespera porque lo han separado de su novia; y asiste finalmente a la boda de Bug, donde luego se despedirá de Bird. Bailey es ahora “otra”, sin que ninguna señal externa revele su transfiguración, salvo el intenso fulgor que irradian sus ojos tras el abrazo final del ángel. Lo mismo que Saulo de Tarso al recuperar la visión cuando Ananías le impone las manos, Bailey contempla nuevamente el mundo, solo que lo hace ahora con la mirada de Bird, iluminada por la gracia de la compasión y el amor humanos.
(Reseñado en el Festival de Cannes)