NoticiasCulturaBerlinale Día 1. La Cocina (Alonso Ruizpalacios, México, Francia, Estados Unidos)

Berlinale Día 1. La Cocina (Alonso Ruizpalacios, México, Francia, Estados Unidos)

Por Alberto Ramos

(Berlín, 16 de febrero de 2024). Adaptación de una pieza teatral de Arnold Wesker, el más reciente largometraje del mexicano Ruizpalacios toma su nombre a partir del espacio donde transcurre la mayor parte del filme, The Grill, un restaurante de comida popular en Nueva York. En un amargo comentario que revisa la sacrosanta noción de mestizaje y acrisolamiento de razas, etnias y nacionalidades que han forjado la identidad estadounidense, en la cocina del mismo convergen representantes de todo el planeta; mexicanos, colombianos, dominicanos, marroquíes, albaneses, y por supuesto, nativos blancos y afroamericanos.

Las relaciones entre ellos, como el propio filme, alternan entre la agresión verbal o física y las muestras de compañerismo y empatía más entrañables. Aunque cada cual carga con su historia personal (que en una hermosa secuencia varios de ellos comparten bajo la forma de sueños o, en más de un caso, pesadillas), el eje principal del conflicto, a primera vista, es la difícil relación entre un cocinero mexicano, Pedro, y una camarera americana, Julia. Él lleva años viviendo como indocumentado y ella acaba de quedar embarazada, pero ha decidido abortar a despecho de las ilusiones que la noticia ha despertado en Pedro.

La narración se mueve entre un depurado naturalismo que una y otra vez se ve socavado por explosiones de anárquica violencia que rayan en lo surreal, puntuadas por una fotografía en blanco y negro (con eventuales virajes a una paleta monocromática) y un extrañamiento visual que acude a súbitas ralentizaciones, pixilación, jump cuts, entre otras intervenciones fotográficas, así como por un subrayado sonoro que echa mano en clave contrapuntística a odas corales y pasajes de música popular.

En realidad, la historia de Pedro y Julia es solo el vehículo de un conflicto de mayor envergadura, que se revela desde las primeras escenas, en que una joven mexicana, Estela, llega al lugar en busca de trabajo, y la entrevista con el encargado de personal deja ver cuán vulnerables son estos inmigrantes a los que el desconocimiento del idioma, su diversa idiosincrasia y frágil estatus económico ubican en una onerosa relación de dependencia con sus patrones. Esta asimetría de poder se irá haciendo más visible y lacerante a lo largo del relato, hasta que el apocalíptico final, que bien podría interpretarse como una poderosa metáfora del establishment capitalista, revele la completa imposibilidad de entendimiento entre empresarios y empleados. Porque lo que en primer lugar interesa destacar en este exasperante juego de poder es cómo tras la fachada de magnanimidad de los directivos se evidencia la intención de explotar y someter sin el menor escrúpulo a la empleomanía. Hay abuso verbal, insinuaciones sexuales, acusaciones de robo, falsas promesas, y la rebelión no tardará en estallar, liderada por el más irreverente, indomable e impredecible de los empleados, Pedro. Solo que para este hay un único camino posible: hacer tabula rasa de ese espacio simbólico, hecho que, a pesar de la violencia que comporta, al final revela su inutilidad en la imagen icónica de una caja contadora que milagrosamente sobrevive a la literal devastación del establecimiento, mientras el dueño del lugar se pregunta, entre el asombro y la cólera, el porqué de lo sucedido, a sabiendas de quiénes son, en última instancia, los causantes de esa rabia incontenible en Pedro que lo lleva a sembrar el caos y la destrucción en el lugar. En ese diminuto artefacto destrozado por la frustración del mexicano se cifran el capital y su lógica inhumana, que ratifican imperturbables su curso enajenante; en otras palabras, el trasfondo de ese sueño americano sobre el que se inscribe, desde sus orígenes, el destino de una toda una nación

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